El primer soplo del otoño

Se fue en silencio José Antonio Muñoz Rojas, ya nos lo contó hace unos días Matías. Buen momento para recordar Las cosas del campo, escrito allá por los años cuarenta describiendo «un ciclo campesino completo». Nuestro pequeño homenaje con su descripción de los primeros soplos del otoño que a nosotros se nos han retrasado un poco este año:

Todavía en agosto, a pesar de la chicharra y de que apenas hay algún braván en los rastrojos, de que siguen las tórtolas y de que aún no han comenzado a acordonarse las golondrinas en los alambres. A pesar de todo, algo indefinible en el tacto del aire, algo en su olor, como un primer soplo del otoño.
Se abren las granadas, y en la frondosidad de los melonares, entre el fruto monstruoso, alguna tardía flor amarilla y diminuta. La mazorca grana, la aceituna engorda. La gente del campo no teme más que al solano. En cuanto la sierra cubre su cresta con un filillo algodonoso, tiemblan. Porque al doblar el día, todo manazas y calentones, hurtando donde puede, el solano de agosto.
A los días se les nota el cansancio. En las últimas eras hay que dormir arropados, porque las noches, al alargarse, se enfrían. Va siendo la hora del braván, de que los membrillos colmen el aire con su aroma y de que caiga el primer fruto de los nogales.
Pronto —el corazón lo anticipa todo— el otoño irá sacando sus tintas suaves y volverá a ser grato pasear por los senderos, entre tierras olientes a recién abiertas y mojadas.

La turba ardió por vergüenza

Salgo de este largo agosto, sin los agobios de un aula de segundo de bachillerato a quien alimentar y con la intención de transformar a este en un blog lento, a modo de las ciudades lentas, no es que mi conexión ande chafada.
Salgo de este largo agosto ahumado por la noticia de la que hoy se han hecho eco en las televisiones y que ayer nos presentaba el diario EP a toda página y con esta imagen explicativa en la que exageran algo las llamas subterráneas:

La turba, ese carbón terroso abundante en algunas zonas del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel (¿qué sería de él si no tuviese esa máxima categoría?), está ardiendo. El hundimiento del terreno, consecuencia de la extrema sequedad, ha generado abundantes grietas en 150 hectáreas del parque por las que el oxígeno entra y puede oxidar la turba, que se calienta y arde con un humo visible en los días más fríos.
Más de cuarenta años de extracciones de agua legales e ilegales han llevado a esta situación crítica, en absoluto nueva.
La solución no es sencilla, y no está garantizada con la vuelta del agua, el proceso es irreversible y difícilmente se recupere la turba que ya ha ardido, procedente de una vegetación de una zona pantanosa de hace 300.000 años.

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